viernes, 22 de noviembre de 2013

Solamente perderse por las calles...

Foto: David Luis (Praga, octubre de 2013).

Solamente perderse por las calles
solitarias, envuelto en el abrazo
de la noche en pos de algo incierto,
con anhelo de estrellas en las manos.
Tras del sueño que nunca tuvo dueño
o la última luz que da el ocaso,
y con esta tristeza infinita
aguardando del alba su regalo.
      (El regalo del alba, David Luis).

viernes, 12 de julio de 2013

Mi perro.

Aprender a desobedecer.


      Hace poco acabé una canción que empecé hace unos 20 años, una canción de morir y resucitar en la que me recordaba que “todavía soy un niño”. Nada más terminarla escribí otra, pero esta vez, más o menos en un día. Era un día de huelga contra los recortes en educación, y en particular contra el despido de maestros. Me levanté tarareando: necesitaba escribir una nueva “canción protesta”, pero también tenía pendiente escribir una canción infantil. Y al final salió, mi nueva “canción protesta” y mi primera canción para niños; era la misma, y se la dediqué a mis alumnos/as de 5 años: Mi perro.
      Siempre enseñamos a los niños a obedecer pero, quizá por todo lo que están haciéndonos, creía necesaria una canción infantil en la que se relativizara el valor de la obediencia, una canción para aprender a desobedecer. Les conté cómo era mi perro, hablamos un poco de a quién debíamos hacer caso y a quién no… Saqué de su funda a la “Señora Guitarra” y fuimos aprendiendo la canción. Para mi alegría, enseguida la hicieron muy suya: enfatizando algunas frases, cantándosela uno a otro en cualquier momento, haciéndome preguntas sobre el animal como que cuándo iba a traerlo al cole o cambiando siempre un verso de lugar: preferían cantar “a mi perro yo le quiero un montón” que “mi perro me quiere un montón”. Así que una mañana grabé cómo cantaban esa y otras canciones: El lobito Lolo, Canción del pescador,… Para su sorpresa, al final del curso, les regalé un disco con sus voces, la mía y la de mi perro cantando a mi lado (que entraba y salía del estudio).
      Como no podía ser de otro modo, ha sido un curso lleno de música: cantábamos todos los días nada más comenzar la jornada, escuchábamos a los pájaros del jardín de al lado, tocábamos instrumentos de percusión, nos relajábamos escuchando música clásica o celta y bailábamos So lonely, con sus cambios de ritmo. Unos niños reconocían en la portada del disco de Bob Dylan al chatarrero, otros tarareaban a Debussy (nota por nota), otros me pedían la canción de Police otra vez,… Espero que pasen un verano feliz. 

MI PERRO

Yo tengo un perro
muy pequeñito
pero se piensa
que es un león.
No me hace caso
cuando le digo:
ve a por el hueso,
dame el balón.

Mi perro nunca
quiere correa
pero camina
por donde voy.
Parece un gato
pero me busca
y con olfato
sabe quien soy.

Y cuando yo no le mando, mi perro
viene saltando, me da un lametón:
es muy travieso, no hace ni caso
pero mi perro me quiere un montón

Yo tengo un perro
que es un desastre:
come guisantes,
no salchichón.
Mi perro ladra
pero no muerde,
es muy rebelde
y juguetón.

Y cuando yo no le mando, mi perro...
         
es muy travieso, no me hace caso
pero a mi perro yo le quiero un montón.

Mi perro (maqueta). A mis alumn@s.
© Letra y música: David Luis. Voz, guitarra, programaciones y dibujitos: David Luis.
Grabada en vivo el 8 de junio de 2013 en Alicante.
   
 La muchacha de los cabellos de lino (Debussy).

So lonely (The Police).

martes, 9 de abril de 2013

Así lo haremos, José Luis Sampedro; así que mientras tanto, descansa en paz.



      José Luis Sampedro, a los 96 años y tan joven, se ha marchado. Justo hoy, antes de saberlo, leía su prólogo en ¡Ingidnaos!, de Stéphane Hessel.
    Conocí a Sampedro hace años, cuando vino a Alicante a dar una conferencia al instituto de secundaria en el que yo estudiaba. Ese día dio dos consejos a los jóvenes que aspirasen a escribir, dos consejos que a mí me han acompañado a la hora de hacer canciones. Uno de ellos era dejar de hacerlo: si después de ello seguías sintiendo la necesidad de volver a escribir, debías continuar; nunca he dejado de hacer canciones de manera consciente, pero cuando la música ha estado menos presente en mi vida, he tenido que volver a ella. El otro consejo era el de no imitar a nadie: Sampedro venía a decir que, aunque al final fueras más o menos original, tu punto de partida sí debía serlo.
    Después de aquella conferencia busqué sus libros. Comencé por La sonrisa etrusca y por la recopilación de relatos Mientras la tierra gira. Entonces no podía saber que, además de mi vinculación emocional al personaje y su obra, Sampedro sería para mí un referente humano y político que nos alienta, parafraseando a Raimon, a decir no: “Digamos NO. Negaos. Actuad. Para empezar, ¡INDIGNAOS!”. Así lo haremos, José Luis; así que mientras tanto, descansa en paz.
David Luis.

domingo, 10 de marzo de 2013

El circo ambulante.

El circo de Trini.




    Cuando nació esta melodía, sabía que a través de ella, tenía que cantar del circo. Ya tenía el escenario, y los personajes, todavía inmóviles como estatuas humanas: los payasos, el mago, el trapecista, el león y el elefante…, los espectadores. Una noche los personajes empezaron a moverse poco a poco y a articular palabras en mi oreja, desvelándose cada uno de ellos ante mí como lo habría hecho un espejo. Dicen que todas las canciones tienen algo de autobiográfico, pero no esperaba que este circo ambulante iba a cantar, a través de mí, tanto de mí: creo que es una de mis canciones de las que estoy más cerca, de las más sinceras.


El circo de Alfonso.


    El pequeño Alfonso, mi alumno de 5 años, decía el otro día que los que iban al circo en su dibujo, se refugiaban de la lluvia; tenía razón (y corazón): qué mejor sitio para refugiarse de los truenos que un circo, yo también lo hago. Y tiene que llover, como canta mi querido Pablo Guerrero, y lucharemos desde una atalaya de magia, música y poesía como la de Alfonso, bajo el trueno del tambor que nunca deja de sonar.



El circo de Fernando.
El circo de Rosa.
El circo de Tabita.





El circo de Cristina.
















EL CIRCO AMBULANTE

Soy un circo ambulante,
ya comienza la función
(en el fondo siempre quise
ser tu centro de atención).
Aquí están mis torpes manos
como garras de león,
de las tuyas lluvia fresca
para mi imaginación…

Y soy el payaso tonto
si me muestro como soy,
cuando sé decir “te quiero”
y mi verso entero doy.
Cuando soy payaso triste
tengo toda la razón,
y una lágrima tatuada
de la piel al corazón…

Al anochecer
se baja el telón:
soñé que al despertar
aún quedaba un espectador.


Elefante que se sienta
en taburete a recordar:
la memoria frena el tiempo
del pesado caminar.
En el paso lento y firme
las orejas me guiarán
por la senda donde nadie
ha podido regresar,
nadie pudo regresar.

Trapecista como el ángel
entre luz y oscuridad
bajo el trueno del tambor
que nunca deja de sonar,
hasta que aparece el mago:
de un incendio y un temblor,
donde nadie lo esperaba,
ha sacado una flor,
ha nacido una flor.

Al anochecer
se baja el telón:
soñé que al despertar
aún quedaba un espectador.

 

Ya se va el circo ambulante,
ya termina la función.
La verdad, tú ya lo sabes,
hoy buscaba tu atención.
Yo no dejo de moverme,
es ilusa mi ilusión:
es que no te hayas ido
cuando acabe la función,
cuando acabe mi canción.

Al anochecer
se baja el telón:
soñé que al despertar
aún quedaba un espectador.

Y al amanecer
se sube el telón:
soñé y al despertar
aún quedaba un espectador.

© Letra y música: David Luis.
Voz y guitarra: David Luis.
Grabada en vivo el 26 de enero de 2013 en Alicante.

lunes, 4 de marzo de 2013

Un gigante.

Mis apuntes para guitarra de Un gigante.


     Cuando canto Un gigante en concierto, recuerdo las palabras de Saramago en una entrevista de televisión, en las que más o menos decía que, aunque no seamos conscientes, somos más "altos" de lo que creemos. Es importante recordarlas en estos tiempos en el que hay gente que quiere que pensemos lo contrario.
   En esta canción hay una referencia al Mago de Oz, a cada uno de los deseos que los protagonistas querían pedirle. En ocasiones he puesto esta película en mis clases de música en primaria, con la agradable sorpresa de que, a pesar de que ahora nos parece hecha con medios rudimentarios, aún emociona a los niños de hoy. Lo que no me gusta es que algunos de los personajes secundarios que ayudan a Dorothy, parecen militares desfilando, tengo que decirlo; por lo demás, creo que también nos habla del gigante que hay en nosotros.

UN GIGANTE
Soy de huesos y tendones
que apuntalan mi armazón,
una máquina imperfecta:
hambre, sed y desazón.

Son el puzzle de mi vida
mil fragmentos de dolor;
al juntarlos hoy descubro
una carta de amor.

Sé que soy igual de grande
que mis sueños sin cumplir.
Ahora ya no tengo prisa
porque sé que vive en mí…

Un gigante que despierta
            y que lucha por vivir,
            que palpita, canta, grita
            y me sueña dentro de mí.

Es un cíclope que me mira
sin juzgarme, tierna luz
de su faro me ilumina
para verme como tú.

Sé muy bien que si me alzo
de mi pecho hasta el sol,
puede hacerlo con mi ayuda
cada niño, cada flor.

Sé que vuelvo a mi casa
ya cumplida mi misión,
sé que tengo un cerebro,
valentía y corazón.

            Un gigante que despierta
            y que lucha por vivir,
            que palpita, canta, grita
                        y me sueña dentro de mí.
Un gigante que despierta
            y que lucha por salir,
            que palpita, canta, grita
                        y me sueña dentro de mí.

© Letra y música: David Luis.
Voz y guitarra: David Luis.
Grabada en vivo el 26 de enero de 2013 en Alicante.


viernes, 4 de enero de 2013

¿Dónde está?

¿DÓNDE ESTÁ?

Al cabo de un rato nadando, le pregunté al mar dónde podía encontrar la felicidad; él me contestó: “la hallarás en la orilla, porque es esponjosa y suave, pero has de saber que también la dicha es fugaz y cesará conforme te disuelvas en la arena mojada”. Cuando terminó de hablarme le di las gracias y empecé a nadar hacia la orilla, pues pensé que aunque, como el mismo mar me advertía, nada fuera eterno, no tenía más remedio.
Llegué. Pequeñas olas acariciaban mis pies. Entonces recordé el aviso del mar, ese aviso que reiteraba con las olitas disolviéndose en la orilla como un eco de sus palabras; asustado de disolverme yo también, seguí caminando al frente hasta llegar a un arenal seco, menos agradable que su hermano siamés pero más seguro. Caminando sobre él, el sudor resbalaba por mi cara hasta llegar a la boca, saboreé su amargura: de nuevo me sentía desdichado. Así, le lloré al arenal lo que me había pasado y me habló de esta manera: “serás feliz una vez hayas escalado esa alta montaña, pues desde ahí contemplarás la verdadera belleza de nuestro paisaje, cómo el océano besa la tierra con labios de espuma”. Le agradecí sus palabras, que me habían dado la fuerza necesaria para que mis pies parecieran andar solos, mientras que mi mente sólo se ocupaba de imaginar generosamente el paisaje.
Pasó mucho tiempo desde que empecé a caminar hacia el monte hasta que llegué a la anhelada cima, y ello supuso dos cosas: la primera, que ya había anochecido y evidentemente era imposible ver la panorámica de la playa; la segunda, que estaba agotado y pronto, mientras miraba al cielo, me dormí...
Soñé que como estaba triste en una oscura montaña, volaba hacia las estrellas buscando su luz y, ya cerca de ellas, les preguntaba si acaso en su belleza encontraría la felicidad. “No la hallarás en nosotras -me dijeron- que no somos más que prisioneras y esclavas de la oscuridad, que somos luz para la noche pero nunca hemos visto el día. No seremos tan bellas como dices si así nos trata el cosmos, quienes si han de serlo son aquellas estrellas de mar brillando allá abajo, ése es tu sitio, ve tú que puedes...”
Desperté con el sol sin poder decirle a las estrellas que su rostro se reflejaba en el mar, que las estrellas marinas que envidiaban eran sólo la sombra de su luz. Ahora necesitaba cumplir su última voluntad, ir adonde ellas no habían podido. Antes, miré desde la cima, pero además de que ya había decidido marchar en honor a la constelación de mi sueño, la propia belleza del paisaje me animaba a acercarme una vez más al mismo.
Cuando volví a bañarme en el mar, le sonreí reflejándome en él y fue como si él me sonriera. Y sonreí porque era la primera vez que lo miraba quedamente y en su espejo observé que tenía brazos con los que nadar, pies para poder andar, manos para escalar y alas para, entre nubes, volar.
© David Luis.
Publicado en el nº 1 de la revista Libelo, en el 2000.