Noche silenciosa. Una ciudad cualquiera espera que pase algo, no sabemos qué, pero, sin duda, algo que la haga empezar a vivir... Quizá espera otra resurrección de aquel visionario, sin sospechar que volvería a ser crucificado por pretender que cada cual sea como es en realidad, sin creer más religión que el propio corazón; o quizá, nuestra ciudad imaginada, más modesta y menos ingenua, se contenta con la llegada de un bufón que la haga reír.
Tal vez -a pesar de su secreto amor por la civilización- espera que los laberintos se derrumben, o que se inunden de luz para que sus habitantes no caminen tan vulnerables por ellos, para que Teseo pueda regresar a los brazos de Ariadna; o quizá esta ciudad se conforma con mirarse serena en el espejo lunar, viendo reflejado al menos a un hombre que mira al cielo para pedir un noble deseo a la estrella fugaz.
Amanece. Nuestra ciudad despierta y piensa que la vida es sueño (o que el sueño es vida), que los días de lluvia y los de sol se suceden, y que al final el verbo siempre se hace carne. Triste y confiada al tiempo, aguardando el regalo del alba, siente nuestros pequeños pasos en su piel gris y se diría que nos susurra: "Dejadme la esperanza..."
© Texto: David Luis.
© Ilustración: José Manuel Baldó.